Rosario – Enviado especial. El Club de Planeadores de Alvear, en la zona portuaria, media hora al sur de Rosario, parece el set de una película apocalíptica. De fondo, desde el horizonte, una columna de humo blanco se estira sobre el cielo. La tierra seca -hace meses que no llueve- flota en el aire y el ruido de los helicópteros del Ejército se mezcla con el de los aviones hidrantes que van, escupen el agua sobre las llamas y vuelven a tierra a cargar. Así, incansablemente durante todo el día. Suben. Escupen. Vuelven. Cargan. Suben. Escupen. Vuelven. La situación podría ser pintoresca sino fuera dramática. Detrás de toda esta escena está el fuego que se come los humedales del Delta y ahoga a las ciudades sobre el Delta del Paraná.

“Esto es como una guerra, solo que el enemigo es el fuego”. El coronel del Ejército argentino Héctor Tornero, a cargo del Comando Operativo instalado aquí en Alvear, mira alrededor y observa el campamento montado sobre el pasto seco, los camiones cisterna, las antenas meteorológicas, los brigadistas que bajan de los helicópteros con las caras negras por el hollín.

El clima es, efectivamente, de guerra. En todo sentido. La bajante del Paraná es histórica, la temperatura promedio va en aumento y el fuego intencional para renovar pasturas, que en otra época se frenaba solo en el cruce de algún arroyo, ahora no para de avanzar. Ya no hay tantos arroyos en el Delta.

El fuego es un enemigo esquivo. Devora rápido el territorio, lo toma y lo convierte en cenizas. “El material vegetal que hay en la zona es muy combustible. Son pastos finos y secos y el fuego avanza muy rápido, lo que complica el control”, explica Aítor Ferreyra, brigadista de 28 años, del equipo de Ambiente de la provincia de Santa Fe.

Los fuegos se encendieron hace 80 días en las islas entrerrianas frente a las ciudades santafesinas de Rosario y Villa Constitución, entre otras. Para principios de agosto, según comentaron fuentes oficiales de la provincia a Infobae, aparecían cuatro focos nuevos por día. En lo que va de 2022 ya se quemaron más de 260 mil hectáreas. El año pasado se perdieron 100 mil. Y en 2020, fueron 500 mil hectáreas las arrasadas por el fuego.

Para reducir las chances de que la catástrofe crezca, el gobernador Omar Perotti pidió al Gobierno nacional un refuerzo de las Fuerzas Armadas para intentar controlar lo que parece incontrolable. La situación se volvió insostenible a principios de esta semana, cuando la ciudad amaneció completamente cubierta por una nube de humo y cenizas que volvió imposible vivir.

Me desperté de madrugada pensando que se incendiaba mi casa y era el humo de afuera”, comentó Bianca, comunicadora social rosarina. “Se me llenó el balcón de cenizas, no se podía salir a la calle”, recordó Martín, vendedor de una casa de ropa deportiva del centro de Rosario.

En ese contexto, en las últimas horas se armó el Comando de Operaciones en el aeroclub de Alvear. Una decena de carpas donde duermen y descansan las más de 100 personas dispuestas para la acción en el territorio contra el fuego y para asegurar la logística: brigadistas y militares convivirán aquí hasta que los focos se disipen.

“No podemos precisar cuánto tiempo va a llevar eso”, asegura Tornero. “La actividad de los brigadistas está restringida al acceso aéreo. El papel de las Fuerzas Armadas es dar apoyo a un problema. Apoyo de organización de recursos, planificar el día a día”, explicó Tornero, quien consideró que “lo más delicado es el humo que llega a las urbes, y dependemos de la dirección del viento”.

Los últimos dos días el humo no afectó la vida cotidiana de Rosario, pero sí atravesó las calles y las casas de Villa Constitución, 60 kilómetros más al sur. Hasta ayer se desplegaron 40 brigadistas de Entre Ríos, Santa Fe, Plan Nacional de Manejo del Fuego y Bomberos de la Policía Federal.

Ayer por la tarde llegaron 15 brigadistas más de la Armada Argentina que este viernes ya estarán distribuidos junto a sus compañeros en los dos grandes focos a los que se ataca desde hace días. Uno frente a Alvear y el otro cerca de Villa Constitución. Ambos en territorio entrerriano.

El trabajo es arduo, explica un bombero de la PFA que no tiene autorización para hablar oficialmente. Explica: “Al haber sido humedal y está seco tiene mucha vegetación como colchón y el fuego camina por abajo de la tierra”, explica. El efecto del fuego subterráneo es similar al que en el verano padecieron los brigadistas en el largo combate al fuego en la provincia de Corrientes, especialmente en la zona de los esteros del Iberá.

“Acá el piso es menos firme”, explica este bombero. “Es un trabajo pesado que se hace con herramientas. En general el material vegetal combustible es fino. Tiene mayor velocidad de propagación y hace difícil detenerlo”, cuenta el brigadista y admite que en estos días de trabajo vio muchos animales muertos: “Carpinchos, yarará, ratas de campo, muchas víboras muertas. Al avanzar muy rápido el fuego no permite que los animales escapen”.

En el Comando Operativo, los militares asisten a los brigadistas. “Son los más importantes”, explica Juan Ignacio Hernández Quintana, de la Brigada Blindados de Paraná, que se trasladó prácticamente entera a Alvear. “Nosotros los de las Fuerzas Armadas nos encargamos de que siempre tengan comida, camas, duchas, aire acondicionado, calefacción, médicos y enfermeros. Estamos a cargo de la cocina, la asistencia sanitaria, logística, comunicaciones, análisis de información”, explica.

Tornero explica que antes de llegar las Fuerzas Armadas la organización del combate contra el fuego era diferente. “Se tardaba tres horas en llegar con los brigadistas a los incendios”, dice, como consecuencia de los traslados desde los hoteles donde se hospedaban en Rosario hasta las zonas de conflicto. “Ahora en una hora ya están ahí, es importante tenerlos a todos durmiendo acá y descansados”, explica.

Vuelve a la idea de la guerra. “En nuestro sistema de planeamiento esto es efectivamente como una guerra. Sólo que nos cambió el enemigo”, repite. Su voz se pierde. El ruido infernal de las hélices de un helicóptero ocupa el espacio. Toca tierra. De adentro bajan seis brigadistas. Empapados de hollín, transpirados, después de un nuevo día de combate. Con resultado incierto.

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