Un vendaval de furia juvenil arrasó con todo: el primer ministro K.P. Sharma Oli presentó su renuncia tras la muerte de al menos 19 personas y la quema del Parlamento, su residencia y edificios clave. Una crisis de violencia sin precedentes en décadas sacude a Nepal.
Una carta. Una renuncia. Una llama que devora un símbolo de poder.
K.P. Sharma Oli, de trayectoria eterna, decidió bajarse del trono político. Su gesto no fue de humildad, sino de huida ante una generación enfurecida que lo consideró corrupto, autoritario y desconectado.
“No había otra salida”, escribió en su carta dirigida al presidente, justificando su renuncia como un sacrificio para “facilitar una solución política constitucional”.
Pero mientras él hablaba, las calles rugían como un volcán desbordado. Jóvenes de la Gen Z rompieron barricadas, encendieron fogatas y desataron llamas sobre instituciones que sostenían un viejo régimen. El Parlamento, la oficina del Primer Ministro y hasta el Tribunal Supremo ardieron en un espectáculo dantesco.
Y no hubo tregua. A pesar del toque de queda y del aeropuerto clausurado, los manifestantes siguieron en pie de guerra.
La represión fue brutal: al menos 19 muertos, cientos de heridos. La juventud ya no pide cambios: exige derrumbe total.
Oli, un veterano de mil batallas políticas, ahora fue arrasado por la marea. Su destierro fue acompañado por renuncias ministeriales, evacuaciones dramáticas por helicóptero, y un éxodo de ministros que huían del fuego y del pueblo.
El caos no cedió: el aeropuerto cerró, las fuerzas armadas pidieron calma mientras el aire se cargaba de humo político y las brasas del edificio del Parlamento iluminaban el rostro de la indignación popular.
El símbolo del poder arde. El reaccionario Oli cae entre las llamas encendidas por su propia represión.
¿Será este el amanecer de una nueva Nepal, o el principio de más oscuridad política?