Nunca para el kirchnerismo fue tan difícil un armado de lista como lo es este año. La debacle económica pega y pega fuerte, a tal punto que fue la propia jefa de la corriente política quien declinó su candidatura -al menos por ahora- ante un irremontable mal resultado en las urnas por la inflación y las malas políticas económicas que por supuesto, atribuyen a terceros para no llevarse del todo el moño.

Tan inestable es el ánimo de CFK, que no sólo no definió encabezar al oficialismo para octubre próximo sino que tampoco hungió a ningún otro candidato, dejando a todos con un millón de preguntas en el… cerebro.

Sin candidatos definidos, Wado de Pedro y Sergio Massa asoman como posibles candidatos a encabezar el kirchnerismo para las elecciones de este año, desde luego, ante una interpretación forzada de ellos mismos, de que son los “elegidos” para encarar la contienda.

Ni siquiera Máximo Kirchner suena como posible candidato y por estas horas, se encuentra bajo el ala protectora de su madre, que deja entrever con su silencio, una inminente derrota en las elecciones, ante una sociedad tremendamente desgastada por la situación económica.

Aparte, los grandes centros urbanos como Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, sintieron el golpe de la inflación, y como suele suceder, es en los sectores más vulnerables donde la indefinición financiera causa los peores estragos, que estarán más que frescos en la memoria de los votantes para los próximos meses.

Incluso, tal es el descontento, que las que hoy son las principales fuerzas políticas dentro del Congreso nacional podrían fácilmente volverse minorías de la noche a la mañana ante un descalabro monetario que ni siquiera amaga con calmarse o estabilizarse al menos como preludio electoral.

Mientras desde los sectores que ya han confirmado su intención de competir en las elecciones, existe todavía un discurso con amplios fragmentos de explicaciones de izquierda, de derecha, de centroizquierda, neoliberales, nada de eso entiende un amplio sector del electorado, que se regirá en las urnas según su percepción más inmediata de la realidad. Ejemplo, los jóvenes, que no entrarán a analizar cuestiones de ideología política, ni liderazgos, ni dogmas partidarios, sino que encaminarán sus votos en relación directa a cómo se sienten hoy y cómo pretenden sentirse luego de diciembre de este año.

Mientras Argentina se sumerge, como ya lo hizo antes, en sus propios demonios, el contexto internacional mantiene una tensa calma que podría agudizar la crisis interna si las provocaciones bélicas a nivel mundial continúan, ya que si nuestro país sigue sumergido en una crisis de egos políticos en las que todos discuten pero nadie soluciona nada, peor sería un efecto dominó en la economía internacional, muy proclive a complicarse ante escenarios de guerra que inquietan los precios del barril de crudo, oro, dólar y transporte.

El peronismo y su ala kirchnerista ha beneficiado intensamente a sus seguidores pero como toda historia, son los menos, es decir, una masa muy pequeña de población ante un enorme gigante demográfico sumido en el peor de los pozos de la miseria. Ante este panorama, instalara la idea del fanatismo será tarea difícil ya que aquél votante que no reciba las mieles de ser oficialista, deberá conformarse con promesas y emitir su voto con un sesgo idealista, sin haber recibido en forma concreta y directa beneficios que le aseguren un futuro mediato medianamente satisfactorio.

Amplísimos sectores sociales ligados al campo, la industria, el sector privado fuertemente golpeados por los altibajos de la economía tienen todos los motivos posibles e imaginables para no votar al kircherismo, sea quien sea el candidato que lo represente. De hecho, los últimos meses han minado la posibilidad de que el oficialismo remonte en las encuestas, al punto en que algunos consultores privados hablan incluso de un mayor retroceso.

Si el oficialismo entonces está en franca retirada, ¿qué va a pasar en las elecciones presidenciales que se aproximan? Pues aquí está la pregunta del millón, si la sociedad argentina nuevamente apostará al estilo conservador que propone Rodríguez Larreta o Morales, con la memoria fresca de la política nacional que llevó adelante Mauricio Macri, que implicó con sus errores el retorno del kirchnerismo al Ejecutivo nacional, o bien habrá un fuerte “volantazo” hacia la profunda reforma política que anuncia Javier Milei.

El votante argentino está, para graficarlo de alguna forma, arriba de una formación de tren que va rápido a destino. Allí dentro, se topa con un peligroso ladrón, que lo acorrala, a unos metros ve a un policía muy prolijamente vestido, pero no tiene arma para defenderlo, entonces, la tercera opción es tirarse por la ventana del tren que sigue yendo rápido. La moraleja sería, ¿entregarse al ladrón? ¿apostar a que un inútil lo defienda? ¿o tirarse del tren con el riesgo parejo de matarse o salvarse?

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